Por Sergio Velázquez
Realmente es para "romper todo" la forma en que a San Lorenzo se le escapó un triunfo vital, que lo tenía en el bolsillo. Sí, faltaba tan poquito y ¡bum! penal para Trinidense a los 45'. Además de todo, un arbitraje que en nada colaboró, para evitar que terminaran siendo el blanco de la rabia sanlorenzana.
Normalmente en este espacio no solemos hablar del arbitraje, por el simple hecho de que esto es complejo y relativo. Ayer no cobraron dos jugadas que debieron ser penales para el Rayadito; así también, contra Caacupé no le sancionaron un penal en contra, que fue sobre la hora, eh, y nadie dijo nada. Es normal.
Podremos estar de acuerdo todos en que el arbitraje ayer fue pésimo. Debió concederle dos penales a San Lorenzo y Ever Amarilla fue mal expulsado, correctísimo. Pero lo que realmente enervó y llenó de impotencia al aficionado, componente o lo que fuere del Rayadito, fue la forma en la que terminó siendo empatado.
Porque a pesar de todo, esas adversidades no fueron suficientes para imposibilitar a que San Lorenzo esté al frente. El impedimento final fue esa rara jugada en la que un delantero trinidense queda solito frente a Quiñónez y éste último tuvo que cometer un penal que cualquiera en su lugar lo haría. Después ya sabemos como terminó el partido.
Los árbitros fueron el blanco perfecto para que el nerviosismo, la rabia y la impotencia terminarán volcándose hacia ellos; no de una manera ajena, pero aislada del verdadero orígen de ese tipo de sensaciones o reacciones.
Y finalmente lo siguiente. Excelente lo de los jugadores, en tres puntos. Primero por el buen funcionamiento del equipo a pesar de las adversidades, segundo porque no se sintió el golpe anímico del empate sobre el final, en referencia a las ocasiones que posteriormente tuvo San Lorenzo, y tercero, ignorar completamente los reclamos a los árbitros; terminó el partido y ellos derechito al vestuario, allí estuvieron impecables, quizás porque sabían que en el fondo poco tenía que ver con la victoria que se escapó.
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